Relatos La mancha negra - Roberdelmaiz

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"La mancha negra - enviado por Roberdelmaiz"

Abrí los ojos muy despacio. Todavía no era consciente de que estaba despertando. Mi mirada se perdía entre la oscuridad de la habitación, cuando de repente lo vi claro; una mancha negra, con varias patas, del tamaño de un puño se balanceaba en mi almohada, justo al lado de mis ojos. Pegué un salto tremendo y me puse en pie, con un movimiento rápido salí de la cama y encendí la luz del cuarto.



Mi respiración era acelerada, y todo mi cuerpo empezó a picarme; primero la cabeza, luego los codos, pasando por las manos y terminando por los pies. Eché una mirada a la cama, y para mi sorpresa, no encontré ni rastro de aquella mancha negra con patas. Me paré a pensar conmigo mismo. Poco a poco volvía a ser yo, a tomar las riendas de la situación, mi corazón comenzó a latir de forma regular. Me encaminé hacia el cuarto de baño, y una vez allí me paré frente al espejo. Encendí la luz y abrí el grifo; me mojé las manos en agua fría y me las pasé por la cabeza. Pensando en lo ocurrido, respecto a la mancha negra, me di cuenta de que era algo absurdo: si la habitación estaba a oscuras, sin ningún tipo de iluminación, ¿cómo había distinguido yo una sombra en la misma oscuridad? No era posible, había tenido que ser una especie de pesadilla.

Sonreí calmada frente al cristal, y puse rumbo de nuevo a mi cuarto. Por si acaso, aunque sabía que no era posible, tiré todas las mantas al suelo e hice la cama, observando detenidamente si quedaba rastro de aquella mancha negra. No encontré nada de nada, lo cual me dejó bastante tranquila.

Conciliar de nuevo el sueño no era algo sencillo; tenía muchos problemas para dormir, pero sabía que si no lo hacía, al día siguiente estaría muriéndome en el trabajo. Intenté pensar en cosas agradables, me puse mirando el techo, lentamente el sueño vino a mí, y cuando parecía que lo había conseguido, justo antes de cerrar los ojos de forma permanente, algo impactó contra mi ojo derecho. Algo parecido a una gota de agua sentí. Abrí y cerré el ojo de forma intuitiva, y noté con precisión cómo algo pequeño salió disparado de mi ojo, pasando cerca de mi boca, y finalmente, metiéndose en mi fosa nasal izquierda. Podía sentir el hormigueo en mi nariz, podía sentir sus pequeñas patas recorriendo el interior de mi tabique. Introduje un dedo de mi mano sin pensar ni siquiera en lo que hacía, y palpé un cuerpo extraño; pequeño, pero duro, como una bolita de un material rocoso. Lo apreté contra la piel, y noté como algo se aplastaba, un líquido viscoso asomaba por mi nariz. Súbitamente me levanté de la cama, y me encamine con paso ligero al espejo.

La sangre salía de mi orificio izquierdo con una rapidez asombrosa, caía a borbotones, y el color blanco de la porcelana se tenía de rojo, luego se mezclaba con el agua del grifo y todo se fundía en un pequeño remolino camino al desagüe. Me acerqué a la primera toalla de mano que encontré y me la puse en la nariz a modo de tapón. El sabor de la sangre caía a mi garganta, y podía saborearla en todo su esplendor, bajando por mi boca a una velocidad de vértigo. Comenzaba a notarla entre los dientes, y al escupir palpé que no me equivocaba, otra vez el líquido rojo hacía acto de presencia.

No sé el tiempo que pasó, pero la sangre empezó a disminuir en su caída, lo cual era lógico y normal. Por suerte para mí, no moriría desangrada. Cuando de nuevo me calmé por la situación vivida, me acerqué otra vez al espejo, con cierto miedo, pegué mi nariz al mismo, para poder mirar con detenimiento y precisión si había rastro de aquella maldita cosa. No pude ver nada, y tampoco sentía sus pequeñas patas como antes. Un silencio absoluto reinaba en toda la casa.

Entonces, sin quererlo ni beberlo, como suelen pasar con las cosas relacionadas con los recuerdos o la memoria, un flash vino a mí:

Se trataba de un documental que había visto en televisión hacía ya mucho tiempo, años diría yo. Me recuerdo en mi infancia, sentado frente al televisor durante un caluroso día de verano. No obstante, el paso del tiempo no había podido borrar la impresión que me causaron aquellas terribles imágenes. En el citado documental, se decía que la mayoría de personas, por no decir todas, tenían contacto con arañas, de un modo inconsciente, sobre todo ocurría a la hora de dormir, mientras nosotros desconectamos de la realidad en el mundo de los sueños, tiempo que nuestras queridas amigas aprovechaban para entrar por nuestros orificios, siendo los oídos y las fosas nasales sus sitios preferidos. La boca también era un lugar predilecto para ellas, pero se daban menos casos. Se decía en aquel vídeo, que no menos de tres arañas pasan a vivir con nosotros para siempre, y que nunca nos daríamos cuenta de ello. Nuestro cuerpo serviría como una gran mansión para ellas. Un verdadero hotel de cinco estrellas a su entera disposición. El círculo no sólo se refería a las arañas, aunque eran las más constantes, no eran los únicos habitantes inciertos en nuestro cuerpo; también se hacía referencia a pequeños insectos en las habitaciones, puede que garrapatas, pequeños grillos a veces, aunque como he citado antes, las arañas y sus crías eran las que más tiempo compartían con nosotros. La gran mayoría de casos no pasaban de la anécdota, sus huéspedes nunca se dieron cuenta de que algo pasaba, y fueron reconocidos los cuerpos extraños en alguna rutina médica. Por último, hacían una pequeña reseña con los casos en los que las personas sí fueron conscientes de que alguna araña se movía libremente por el interior de sus cuerpos, dándose casos bastantes desagradables al descubrir la salida en los orificios de dichos bichos.

Una vez pasado el lúcido recuerdo del documental, dirigí mi cuerpo hacia la habitación de mi hijo pequeño; la puerta se encontraba abierta de par en par, y aunque hice bastante ruido al levantarme de la cama -con los grifos y demás-, no se despertó de su profundo sueño. Estaba tendido hacia la izquierda, en posición fetal, y aunque todo se encontraba a oscuras, pude ver su nuca moverse. Ya con un año y media de vida, la realidad es que nunca daba ruido por las noches, era un dormilón tremendo.

De vuelta a mi cama de nuevo, otra vez me puse a pensar en lo sucedido aquella noche; algo se había metido en mi interior, no podía dormir, había sangrado por la nariz, había recordado el documental de las arañas, pero el tiempo no sería paciente conmigo, y en menos de dos horas tendría que estar en pie y marchar para el trabajo, justo a la salida de los primeros rayos de sol.

Decidí que era tan poco el tiempo restante, que mejor quedarme despierta. Dudaba mucho de poder descansar el poco rato que me quedaba, y opté por empalmar la madrugada con el amanecer.

Otra vez de pie en mi cuarto, con las luces encendidas, me puse a buscar en la habitación algún resto de aquella mancha negra que tan mala noche me había dado. Primero la almohada, luego el colchón, las mantas, los cojines. Nada de nada. Ni rastro de ella. Incluso intenté convencerme de que era posible que fuera una invención mía, una alucinación visual debido al despertar de un sueño.

Me metí en la ducha y sentí el agua caliente en todo su esplendor. Siempre me relajaba al máximo el tacto del agua hirviendo con mi piel a esas horas; era una forma no tan mala de empezar la jornada.

Una vez duchada y vestida, encaminé mis pasos al cuarto de mi pequeño, seguía igual que la última vez que lo vi, en la misma posición. Con cuidado de no despertarlo, avancé sigilosamente hacia él, y lo besé en la nuca.

Bajé las escaleras, y en ese mismo instante, mi marido entraba por la puerta, recién llegado de su trabajo. Ya no nos veíamos tanto como antes, sobre todo a partir de su cambio de horario en la fábrica. Prácticamente la rutina nos había transformado en una pareja más; pero es cierto que con la llegada de nuestro bebé las cosas se habían estabilizado bastante, teníamos un proyecto de familia en camino, y aunque no era nada fácil convivir ausentes el uno del otro debido a la jornada laboral, la ilusión por nuestro hijo se comía todo.

Desayuné con prisas un par de tostadas y un café, charlamos sobre cómo había ido el día así por encima, pero no se me ocurrió citarle nada referido a la mancha negra. Después del embarazo yo no pasé por mi mejor momento, había tenido algunas crisis de ansiedad, y no quería calentarle la cabeza a mi marido, sobre todo después de tan dura jornada de trabajo.

Cogí las llaves del coche que compartíamos, le di un beso y luego me marché.

Me quedaba cerca de una hora para llegar a mi destino, que estaba cerca de 30 kilómetros de casa; encendí la radio, y aunque me notaba cansada de no pegar ojo en toda la noche, intenté afrontar el día con una actitud positiva.

Casi llegando a mi trabajo pude observar que una ambulancia pasaba a toda velocidad en dirección contraria a mí, luego me detuve en un semáforo en rojo, entonces mi móvil comenzó a sonar. Al ver que no había tráfico aquella mañana, y aprovechando la parada en el semáforo, decidí responder a la llamada. Vi que se trataba de mi marido, y pensé que me contaría una tontería, algo relacionado con algún olvido de alguna pertenencia o algo por el estilo, pero al pulsar la tecla verde, unos sollozos y una respiración agitada me pusieron la piel de gallina; sólo escuchaba entre lamentos la frase “mi niño”, con grandes gritos y golpes. Clavé mis ojos marrones en el espejo retrovisor, y a la misma vez que intentaba articular palabra, pude notar cómo se paraba el tiempo, todo era confuso, y no me hizo falta estar presente para poder ver tal macabra escena; entre miles de gritos desde el móvil, pude ver con nitidez a mi pequeño, en la misma posición que yo lo había dejado, pude ver sin estar allí como la mancha negra salía lentamente de su boca, una pata tras otra, cómo había pasado toda la noche en su garganta, cómo lo asfixió poco a poco, robándole la vida sin que yo me diera cuenta de ello. Con una lucidez extrema recordé que al darle el último beso su nuca se movía, fui una estúpida al pensar que mi pobre bebé estaba soñando, debí pensar que movía la cabeza porque aquella araña lo estaba ahogando y yo como madre no me percaté de ello.
Mi mirada estaba centrada de nuevo en mis ojos, ya no podía escuchar nada, el peor silencio se hizo a mi alrededor. Otra vez las gotas de sangre empezaron a caer esta vez en el volante, y entonces salió de mí, de mi interior, aquella pequeña araña, con su particular desplazamiento, abandonando entre sangre mi tabique nasal. No hice nada cuando la vi marchar, no tenía fuerzas, ni tampoco ganas. Pasados unos minutos comencé a gritar, cada vez más fuerte, grité tanto que me quebré la voz, y sentí cómo mi alma se partía en mil pedazos al ver de nuevo a mi pequeño con la boca abierta y sin vida.

No recuerdo el tiempo que pasé allí en mi coche gritando.

Luego todo pasó rápido y casi como en un sueño. Nunca más volví a vivir, me paso el día en la cama, con cientos de pastillas que me ayudan para no suicidarme, es cierto que respiro, al menos eso dicen, pero yo ya no estoy viva.

Han pasado los años y lo único que me alegra a veces, es poder ver a mi pequeño asomarse a mi cama, me toca la mano y entre risas se pone a jugar, está mucho más mayor que la última vez que lo vi en vida.

Hoy me hizo un regalo; una pequeña caja de madera con un círculo; me la puso en mi pecho y me dijo con su voz angelical que era para que nunca olvidara lo que había sucedido, como si eso fuera posible, pensé.

Por las noches, cuando todos se van y me dejan sola, la mancha negra se desliza por el círculo de la caja, y me acompaña en las madrugadas eternas sin dormir, yo abro la boca para poder sentir lo que mi niño vivió aquella trágica noche, pero nunca lo hace, creo que sabe que eso me haría feliz, así que siempre entra por la nariz. Es la peor condena posible, no poder experimentar yo misma lo que un día mi amado hijo sintió.

Relato de Roberdelmaiz 

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